Detrás de la cuestión del diseño indumentario y la inclusión,
hay aspectos más complejos de lo que parecen y que a su vez están profundamente
arraigados a costumbres y prejuicios. En primer lugar, para hacer ropa para
todos los cuerpos hace falta voluntad. Voluntad de dirigirse a un nicho que más
que nicho es mayoría y que está ávido por elegir ropa en vez de conformarse con
la poca oferta “pensada especialmente para su cuerpo” que hay. Y voluntad de
aprender del ensayo y error y sentar precedentes, pues en la materia el camino
andado todavía es mínimo.
Entonces, ¿qué hay detrás de un diseño que se considera para
todos y todas? Para analizar las complejidades, Télam habló con dos
emprendedoras: Jessica Balma, de Balma -ropa
deportiva sin género y para todos los talles de producción semi industrial- y Yasmin
Amuy, de Nadima -lencería hecha a medida para todos los
tamaños y genitalidades-.
Una charla contra ese falso concepto de los “talles especiales”,
contra la idea de que hay cuerpos para mostrar y otros para esconder, contra
los prejuicios de género y contra la idea de que un cuerpo que se sale de la
norma es un cuerpo que no debería elegir; a favor de la moda como forma de
expresión para todas y todos.
Balma es un emprendimiento
de ropa cómoda y colorida cuyo caballito de batalla son
los joggins y las bikers, aunque también hace remeras y musculosas, buzos,
poleras, rompevientos y hasta medias. Jessica, la diseñadora detrás de la
marca, está a una tesis de grado de recibirse de filósofa.
“Mi publico más fiel son las femeneidades aunque mi proyecto es
sin género. Y tengo un público bastante especial, que no necesariamente es el
talle más grande de mi tabla, sino aqule que en primeras marcas no consigue
talle o entra apenas en el último”, explica Yasmin. Balma existe desde
2019 pero fue en el 2020 que se estableció, según ella cree, por la
creciente demanda de ropa cómoda durante los meses de aislamiento.
Por su parte, Yasmin Amuy es la
encargada detrás de todas las partes del proceso de su firma: diseño,
confección, compra de insumos e incluso redes sociales.
Hace lencería artesanal y a medida, para todas las genitalidades
y todos los tamaños; ésto no solo incluye bombachas para personas con pene sino
también corpiños y tops para personas sin mamas, que pueden ser usados desde
por un hombre cis hasta por personas que se sometieron a una masectomía. “Tiene
como enfoque que la lencería sea para todes,
que la puedan disfrutar, que no haya tabúes y que cada uno la use para lo que
quiera. Para estar cómode, para explorar, para sentirse sexy, para salir, para
lo que sea”, define la creadora.
“Lo de hacer ropa interior para todas
las genitalidades lo pensé como un derecho básico, que cada une
pueda usar lo que quiera, desde siempre existieron las mujeres trans y tambien
los varones cis peneportantes que les gusta usar ropa interior así”, sigue.
Por ahora y como está todavía en una etapa de crecimiento,
todavía su público más grande son mujeres cis con vulva, aunque también tiene
una clientela fiel de mujeres trans y hombres cis que usan lencería. También
personas en transición que no pueden encontrar variedad: “sino tenés que ir a
un sex shop, todo látex”, cuenta Amuy. “He tenido muchas devoluciones muy
buenas”.
El desafío a la hora de diseñar para todos y todas no pasa por
el tamaño de las prendas o la cantidad de tela sino por la proporción. Replicar
la escala de las prendas pensadas para cuerpos europeos estandarizados, que
dominan la tabla de talles industrial, no sirve. “No todos los cuerpos tienen
estas proporciones de 20 o 30 centímetros de diferencia entre cintura y cadera”,
explica Balma. “Hay veces que la cadera es más angosta que la cintura”. Éstas
son las diferencias que determinan que una prenda, más allá de entrar, quede
bien.
“Talles a los que les pongo bastante carga son el 4 y 5 de mi
tabla: aproximadamente entre 110 y 130 de cadera.
Son talles que vendo bastante”. Estas medidas no suelen encontrarse en marcas
comerciales: y de ser así, es en talles arriba del XXL.
Por su parte, Amuy se puso a investigar emprendimientos de
lencería en el país y en ese momento no encontró ni uno. También identificó que no
había cursos ni capacitaciones para adaptar estos modelos de lencería.
Para hacer bombachas para personas con pene, boxers para personas con vulva y
corpiños para personas sin mamas primero tuvo, a falta de lugares que
enseñaran, que estudiar las molderías estandarizadas y modificarlas a prueba de
ensayo y error. “Son molderías completamente diferentes”, dice, al ser
adaptadas. Entonces se largó sola: “depende de una también usar la imaginación
y probar”.
Sobre su proceso, Amuy cuenta que sólo en los casos de ciertos
talles de lencería para personas con vulva puede usar la moldería con
proporción estándar entre los talles y la entrepierna. En el caso de las
personas con pene, el trabajo se vuelve mucho más
personalizado ya que debe tomar medidas de todo: entrepierna, cintura y cadera.
Lo que no hace son corpiños con arco por una cuestión de
insumos, que a su vez nuevamente se relaciona con la tiranía de la tabla de
talles comercial : en Argentina entran solo hasta 120. “Y
yo he hecho corpiños con tasa 170”, explica. Para trajes de baño usa
exactamente las mismas molderías.
En el caso de Balma, por el tipo de ropa que hace y su medio de
producción, la
única dificultad real a nivel técnico que tiene para incluir a todos los
géneros es con las calzas bikers, que deben tener tiro largo
para poder albergar pene y testículos pero también quedar bien en
vulvaportantes. Su verdadero desafío más que técnico fue estético, contra los
prejuicios de roles de género tan profundamente arraigados. Porque nunca
quiso caer en la convención de que la ropa sin género es simplemente ropa
holgada y de colores oscuros: “Me parecía que si hacía
algo descubierto o expuesto era tomado como una prenda feminina, porque a las
prendas femeninas se las asocia a estar sexy, roles asignados a géneros en la
historia del vestido. Por ejemplo la mujer como objeto, por lo tanto adornada,
versus el hombre como proveedor, con ropa funcional, seria, con muchos
bolsillos”.
Ninguna de las dos diseñadoras hace modelos especiales para el
talle más grande o para cierto tipo de genitalidad, sino que todos
sus diseños son pensados para todo tipo de cuerpo y, en el
caso de Amuy que trabaja a pedido, pueden adaptarse.
Otro desafío es llegar a un público que está acostumbrado a no
ser target de ninguna marca y que en muchos casos tiene más asociado el comprar
ropa a algo traumático que a algo feliz. “Usualmente cuando entran no se
sienten cómodes porque no les gusta como les queda, porque se sienten expuestes
de un lado o de otro, porque no sienten que el producto haya sido diseñado para
sus cuerpos”, sigue Balma.
“La única manera de llegar a estxs compradorxs, porque estas
personas están invisibilizadas y marginadas por el mundo de la moda, es a
partir de la representación. Buscando influencers y modeles que
comuniquen que tu producto es para ellxs. No hay otra
forma que mostrando esos cuerpos, visibilizando que existen caderas de ese
tamaño, panzas redondas, y que no es solamente una forma: Mostrando diversidad
es la única manera de llegar a estas personas, y pidiendo feedback de este
público: que se sientan incluídes, que no sienta que está la prenda pensada
para el talle 1 y simplemente progresionada, que es agregar centímetros para
llegar al talle. Ese fue el error que cometí yo cuando arranqué”.
Hacer ropa en Argentina siempre es un riesgo y los costos son
muy altos, sobre todo si se pretende producir éticamente. “Lo que diferencia a
la ropa es que puede llegar a ser considerado un bien descartable, efímero, en
el que no hay que depositar tanto gasto”, reflexiona Balma. La ropa lleva un
proceso productivo largo y desfilan muchas manos, máquinas, sabores y técnicas,
al igual que en la mayoría de los productos industrializados: pero con el
modelo de los gigantes de fast fashion extranjeros (que ni siquiera llegan al
país) en mente, la gente muchas veces no le da a la ropa el valor
que realmente tiene.
El precio de la ropa de diseño local, muy poco competitivo,
siempre está bajo escrutinio, y lamentablemente es un sector pequeño de la
sociedad el que puede acceder a diseño original, producido en el país y de
calidad. Si al recorte económico se le suma la poca disponibilidad
de talles, el sector que puede consumir diseño termina siendo
más excluyente que otra cosa.
El espíritu de Balma cuando salió al mercado era “todos
los joggins son distintos” y así se mantuvo hasta abril
del 2020. Todas las piezas eran únicas y hechas a pedido. En aquel entonces
sólo llegaba hasta el talle 6 de la tabla diseñada por ella. “En aquel entonces
había entre cuatro y cinco colores para elegir como color predominante. Vos
elegías el color de la base y para el resto yo te hacía una combinación
especial. Fue una apuesta fuerte”. Esa era la
condición para poder acceder a un joggin de primera calidad que, en aquel
entonces, costaba la mitad que uno de primera marca. “Tuve la suerte de que
para la mayoría de la gente excedió lo que esperaban”.
Si hoy en día producir ropa para todo tipo de cuerpo es más caro
no es porque no haya demanda (al contrario) o por la cantidad de material que
se usa: en el caso de la producción semi industrial, como Balma, tiene que ver
simplemente con la cantidad de items que se necesita
producir para cubrir la tabla.
Y enumera las razones por las que, en su caso, el costo es más
alto: porque el modelista tiene que hacer más talles sobre la base y cada talle
sale el 50% del molde; “lo de la cantidad de tela es
obvio pero no es lo primordial. El tema es que al tener
diversidad de talles -cubrir desde una cadera 87 a una 155-, el costo de cada
prenda aumenta. Si de un rollo de tela tengo que sacar tres talles de pantalón,
el costo asignado de tela para cada pantalón es menor que si tengo que sacar
nueve talles porque de nueve talles me salen menos pantalones. Es una cuestión
matemática”, explica.
Balma señala que es un riesgo que vale la pena tomar incluso
desde lo económico porque una vez alcanzada la clientela es
mucho más fiel; alguien que por fin encontró un talle 8
que le queda bien posiblemente compre de a varias prendas por vez. “Mucha gente
de talle grande apuesta por vos porque sabe que le quedó bien, entonces vuelve,
a diferencia de alguien talle 1 que tiene mucha más oferta”, explica.
En el caso de Nadima y con su sistema de producción, el
encarecimiento de la prenda no pasa por las medidas ni los tamaños sino por el
tipo de material que quiera usar: calidades en géneros y elásticos. El
hacer a medida también es lo que encarece la prenda, sin importar el tamaño;
lleva otro tiempo y otro tipo de inversión. Pero no le resulta más caro, ni
cambia el precio de venta, si es una bombacha para penes o para vulvas, o un
corpiño M o XS.
Todo lo que hace es a pedido. Es su diferencial, la ropa hecha a
medida. Su marca no puede ser pensada de otra manera: “No
puedo hacer modelos con igual tasa y espalda porque ya entraría en el talle
industrial y es algo que quiero evitar”. También le gusta hacer a pedido por
una cuestión de consumo consciente, no le interesa que le sobre producción y
tener que entrar en el círculo de las ofertas y los hot sales; “Me
gusta que la clienta tenga una consciencia de consumo sobre lo que es un
emprendimiento artesanal”, cuenta Yasmin. Sin embargo, su
producto, para el nivel de trabajo personalizado y calidad de materias primas
que involucra, sigue siendo perfectamente pagable al compararlo con las marcas
masivas de lencería populares.
En 2018, AnyBody Argentina, la organización detrás de la ley de
talles, publicó los resultados de una encuesta realizada en todo el país: el
60% no conseguía talle de pantalón. “Esto me quedó grabado a fuego”, cuenta
Balma. “La tabla de medidas que está vigente ahora está basada en los cuerpos
europeos. La diferencia principal que tenemos a nivel forma con les
europees es que nosotres les latines tenemos cadera”.
El tema de los costos puede ser algo que detenga a pymes pero no
a las grandes marcas. Entonces, identifica, el problema es político. “Esto
puede ser un escollo para alguien que recién empieza, para un emprendedor.
Ahora, en el caso de las grandes marcas que están establecidas hace un montón y
tienen una infraestructura mayor y llegan a más gente, ¿cuál es la excusa para
no hacer talles? ¿No quieren venderle a esa gente? ¿No quieren venderle al 60%
que dice no encontrar pantalón? Es una locura”.
Balma señala que si estas marcas con todos los recursos a su
disposición igual eligen no hacerlo es porque entre patriarcado y capitalismo
hay una relación muy perversa: algunos deben quedar afuera para que otros
tengan más. Para la diseñadora, “es como lo que pasó con Lacoste y los
Wachiturros. Se sabe que la empresa le pagó al grupo
musical para que dejaran de usar sus chombas porque les bajaba el target. Que
pibes de origen humilde se vistieran con chombas de señores de clase media alta
a Lacoste le bajaba el valor de su producto. Esta misma es la razón por la cual
las grandes marcas eligen no hacer talles porque consideran que hacer talles
grandes disminuye el valor de su producto”. Y también hay una cuestión de
género: “El 80% de les trabajadores de la moda son mujeres. O sea que se somete
mujeres para venderles un producto que también las somete. Es siniestro”, dice
la diseñadora.
Al fin y al cabo, en hacer ropa para todes hay algo
profundamente combativo y vocacional que trasciende a las trabas del mercado. Y
ahí, más allá de lo económico, está la gratificación.
“En ese primer momento Balma los acercaba a un mundo distinto en
donde la sorpresa era un factor. Y en el caso de los cuerpos que no consiguen
talles les estaba ofreciendo la posibilidad de comprar ropa más
moderna, más canchera, más jovial y en colores que nunca se habían puesto.
Tengo la enorme satisfacción de que me hayan dicho que el Balma es el primer
pantalón de colores que tuvieron en su vida y que se sintieron cómodes. Esa
afirmación excede lo económico, es impagable”.