Se nos dice que en esta época podemos ser libres, asumir nuestra
identidad y tomar nuestras propias decisiones, sin embargo, cuando de comprar
ropa se trata, pareciera que seguimos habitando la “dictadura del talle único”.
Parece obvio, decir a esta altura que la ropa, además de cubrir funciones
básicas de abrigo, protección, guardado, cumple un rol fundamental en la
conformación de nuestra identidad y en proveer información sobre qué queremos
transmitir a primera vista, qué podemos y qué queremos contar a quién nos mira:
lugar de pertenencia, gustos, preferencias, cuánto queremos llamar la atención
o pasar de ser percibides, etc. Y si bien la función de nuestra vestimenta la
mayoría de las veces no es únicamente utilitaria, la ropa debería, a fin de cuentas,
servirnos y adaptarse a nosotres, a nuestros gustos y necesidades, y no
viceversa.
El problema aparece, entonces, cuando nos encontramos adaptando
nuestros cuerpos y nuestros gustos para que puedan amoldarse a los de la ropa.
O, mejor dicho, a lo que las marcas dominantes proponen qué debería gustarnos y
cómo deberíamos vernos. Por supuesto, hablar desde el privilegio siempre es más
fácil, el privilegio para quiénes “”ir de compras puede ser una actividad o una
elección, y el privilegio de quiénes entramos en “ciertos estándares actuales
de belleza”. Aun así, pareciera que no es tan fácil, porque seguimos
evitando estos debates y no le damos la importancia que merece a estas
cuestiones. Las tildamos de problemáticas “superficiales”
y seguimos,
como sociedad, fomentando estereotipos hegemónicos, haciendo crecer la
frustración y la angustia en muchísimas personas.
¿Qué nos pasa a las mujeres a la hora de probarnos ropa? ¿Qué
les pasa a quiénes por tener un cuerpo que no responde a los cánones y
exigencias absurdas de belleza de una época no pueden acceder a ropa que les
haga sentir bien en sus propios cuerpos? Las expectativas y exigencias son
absolutas. Una hegemonía que llega hasta las telas y colores. Generaciones
enteras de mujeres con trastornos alimenticios, ansiedad, depresión o, en el
mejor de los casos, inseguridad y falta de amor propio por el ataque
constante de la publicidad, los medios masivos de comunicación, las redes
sociales y los filtros, pero también, por la constatación, a la hora de
probarse ropa, de que esa ropa no entra, no calza bien, no favorece ni está
pensada para cuerpos que no siguen ciertas normas.
Mientras existen talles que dicen ser grandes y no le entran a
casi nadie, en los últimos años, vimos surgir nuevas tendencias y hoy en día
está lleno de emprendimientos nuevos que contemplan cuerpos diferentes
El mismo molde para todos los cuerpos, talles que dicen ser
grandes, pero que no le entran a casi nadie, locales exclusivos para cuerpos
“oversize”. Sin embargo, en los últimos años, vimos surgir nuevas tendencias y
no todos los locales de ropa se han quedado atrás. Hoy
en día está lleno de emprendimientos nuevos que militan, no solo la perspectiva
de género y los infinitos cuerpos diferentes sino, también, la amorosidad y
empatía entre le cliente y quien atiende. Entre ellos está
Seda, una marca de ropa interior y mallas para cualquier persona sin importar
su género o percepción del mismo. La creadora de este hermoso proyecto es Rita
Bianchini, una diseñadora de 26 años que da clases en FADU (Facultad de
Arquitectura, Diseño y Urbanismo) en la carrera de Diseño de Indumentaria, en una
materia que se llama Comercialización y Mercado.
Cuando Rita estudiaba, no había la información que hoy ya sí hay sobre los
talles. No solo no existía esa información sino que ni siquiera se la
problematizaba. “Los talles ni se nombraban en la carrera. Solo se hablaban de
tres y el tercero no le entraba ni al loro”, dice Rita.
Ella arrancó a trabajar sin esa fuente de información, sin un
machete ni bibliografía para ampararse. Sin embargo, se animó, de manera lenta
y cuidadosa, a trabajar sobre casos concretos, de un modo personalizado y
empático. Es decir, si une chique iba al local y el talle más grande no le
quedaba, Rita se ocupaba de tomarle las medidas para que el próximo talle fuera
en base a elle. De ese modo y, gracias al boca en boca, cada vez más
personas comenzaron a visitar su local y así es como pudo actualizar su tabla
de talles en base a la experiencia real y humana a la que se enfrentaba.
Ella generaba la prenda aunque no existiera, ahí estaba la diferencia. En la
mayoría de los locales de ropa, esos talles no estaban contemplados, sino más
bien invisibilizados. Esto, para Seda, fue una búsqueda larga de prueba y
error: “La
moda no es algo lineal porque los cuerpos no son lineales, no son cajas de
cartón de una sola medida. Por eso es tan importante una ley de talles”,
reflexiona Rita.
Hoy en día, seguimos encontrando espacios y lugares donde la Ley
no se cumple o donde el trato estigmatiza
Hoy en día Seda cuenta con una tabla de hasta 6 talles ya
testeados y en funcionamiento. En el 2019 se sancionó la Ley de Talles (n°
27.521), recién en junio del 2021 el decreto 375/2021 la reglamentó y
estableció un nuevo sistema de designación de talles, de cumplimiento
obligatorio en todo el país, llamado “Sistema Único Normalizado de
Identificación de Talles de Indumentaria” (SUNITI). Lo que más valora Rita de
la Ley es que les da a todes les emprendedores y locales una tabla amplia y
unificada. Donde las marcas no pueden elegir a su antojo qué es “small” y qué
“large”, sino que obliga a que todos los talles coincidan, desde los de María
Cher, Jazmín Chebar, Ay Not Dead y Complot, hasta Seda.
A su vez, el decreto reconoce como acto discriminatorio
“cualquier práctica abusiva, vejatoria o estigmatizante referida al aspecto
físico, género, orientación sexual, identidad de género u otra característica
de les consumidores”. Dice Rita en este sentido: “Al local vienen a comprar
ropa y ya, nadie está acá para opinar sobre el cuerpo del otre. Comprar
ropa tiene que ser la experiencia de poder llevarse lo que une quiere, una
experiencia expresiva y no un debate sobre quién sos. Vas,
comprás ropa y seguís con tu vida”.
Muchas de las grandes marcas se quedan atrás en estas cuestiones
porque su procedimiento aún no aterrizó en estos nuevos modos de expresarnos,
de aceptarnos, de mostrarnos. “Han venido al local pibas llorando de la emoción
por encontrar talle para ellas, por al fin sentirse lindas, aceptadas, con la
libertad de pedir otro talle más grande y que nadie las mire de ningún modo,
que nadie les diga nada”, dice Rita. Estos nuevos encuentros entre
vendedores y clientes, esta forma más empática de intercambio, ha hecho que
muchas de las nuevas generaciones pasen a comprar ropa en cooperativas, marcas
amigas, showrooms y en emprendimientos chicos. El abrazo
integral de estes emprendedores pares le ganó a “la marca de siempre”, a “la
modelo de siempre”; es una experiencia más sensible, más dulce, más abierta.
Comprar ropa tiene que ser la experiencia de poder llevarse lo
que une quiere, una experiencia expresiva y no un debate sobre quién sos. Vas,
comprás ropa y seguís con tu vida (Getty Images)
Hoy en día, seguimos
encontrando espacios y lugares donde la Ley no se cumple o donde el trato
estigmatiza, donde el probador todavía implica “estar a prueba”,
rodeades de luces y ojos críticos. Es necesario apelar primero a los talles
para que la representación y la comunicación de las marcas esté verdaderamente
respaldada, de nada sirve una campaña publicitaria diversa si después el acceso
real se ve restringido y no se encuentran talles funcionales. Es por eso que la
propuesta de Ley de Talles es pedagógica, viene a enseñarnos un nuevo modo de
ver y de operar. Y también es por esto que es tan importante que se cumpla.
Mientras sigamos sin naturalizar esa infinita diversidad que nos acontece,
seguiremos encerrándonos en nuestras propias percepciones de normalidad,
avaladas por nosotres mismes y lo peor, sumergides en las opiniones ajenas no
solo singulares sino, también sociales y culturales.
Mientras sigamos
invisibilizando y no problematicemos estas ridículas imposiciones, seguiremos
sometides a la falsa asociación de “cómo deberíamos vernos” con la
realidad. Mejor dicho, con las infinitas realidades. Ahí están
nuestros derechos; en la igualdad a pesar de las diferencias. En la igualdad
que se sostiene en esas líneas zigzagueantes, onduladas, espesas y finitas,
pero nunca… nunca lineales.